Estoy
Listo para Morir.
El relato de mis 10 días en prisión,
por ser Defensor de Derechos Humanos en
Nicaragua.
Hoy es domingo 7
de octubre de 2018 y estoy exiliado en Costa Rica, rodeado de más de 40
personas: una viuda, una madre desplazada de Masaya que tuvo que migrar por
razones económicas con dos hijos adolescentes, y muchos ex estudiantes
universitarios. Los protagonistas, los afectados, los golpeados, los
perseguidos, los de sueños truncados, los torturados, los abusados sexualmente.
Entre iguales,
aquí estoy.
Frente a ellos
hoy decidí abrirme para liberar algo de mis cargas, de la experiencia de haber
pasado en El Chipote, la tenebrosa cárcel de torturas donde han encerrado a los
perseguidos políticos tras la jornada de protestas que comenzaron el 18 de
abril en Nicaragua y yo hace muchos años atrás.
Hace dos días le
conté a una nueva amiga que a eso de las 4 de la tarde, mientras esperaba
pacientemente en fila el bus que me acercara a la casa donde vivo, algo
sucedió: Mi cuerpo comenzó a tener vida y alma propia, comencé a quebrantarme,
a moquear y se me salieron como 20 lágrimas. Comencé a llorar de manera
incontenible, ahogándome como un niño resentido.
¡No podía
entenderme! ¿Qué pasaba conmigo? Parecía loco tratando de atenderme y esconderme,
era un llanto incontrolable que venía acompañado de imágenes, fotografías,
miedo, soledad, ansiedad. Me sentí encerrado… ¡era como estar en la celda de
nuevo!
Volví a vivir
entonces el miedo de tener enfrente al policía que se parecía al mismísimo
“Furia y toro”, el famoso abusador sexual y asesino que fue perseguido por toda
Nicaragua y apresado. Sentí la urgencia de encontrar de nuevo a Chepano, a
Trini, a Robert, a Becker, a don Manuel y al guatemalteco, todos ellos
compañeros de celdas en mi tour por tres cárceles distintas, para que me
ayudaran a esconderme de aquel policía que golpeaba la puerta.
Pero mis amigos
ya no estaban. Lloré aún más cuando recordé el momento en el que se los
llevaron a todos juntos a otras cárceles del sistema penitenciario y me quedé
solo e indefenso, presa fácil del degenerado, el maldito, el demonio vivo, el
servidor de Daniel Ortega.
La celda 14 de
El Chipote se convirtió en un escenario 3D para mí. Era al mismo tiempo una
máquina del tiempo cuando me trasladé por medio de recuerdos tristes que he
tenido en mi vida, también era una playa en la que estuve días antes, una
discoteca reproduciendo músicas que me sabía de memoria, una iglesia cuando
escuché cantar a Olesia el “Ave María” a medio día y las canciones de la
purísima el resto de la tarde, un salón de aerobics para que mis músculos no se
entumieran. Era también mi cuarto con la cama de mi mama al lado (porque
compartíamos habitación cuando yo necesitaba sentir su ternura y su amor)
recordando el día en el que mi mama me dijo que me fuera de Matagalpa y me fui
con mi cabeza llena de dudas, pero me fui. En esa celda yo alucinaba, volaba mi
imaginación mientras buscaba cómo pasar el tiempo. O simplemente hibernar.
Ese lugar me
abrió mi subconsciente, lo más oscuro, lo que supuestamente estaba escondido,
o por lo menos sanado. Pero no fue así: después de que la pesada puerta
de hierro sólido sonaba en las noches, ya estando solito en la celda y sin que
nadie me defendiera o solicitara piedad para mí, mi cuerpo se apagaba, mi mente
se bloqueaba y mi alma se desprendía. Me convertía en fantasma.
“Una vez
más esta vida me manoseaba, me masturbaba, me metía el dedo diciéndome que era
el próximo”.
Mi estadía en la
celda 14 también me trasladó a los años 80’s y a un caso de abuso sexual en el
que estuve sin haber existido. Viajé en el tiempo. Iba caminando por la calle
de mi casa, aún de tierra y sólo me faltaba media cuadra para llegar; estaba
oscuro y para evitar que me golpeara me dejé. Pude llegar a casa a lavarme,
botar la ropa y hacer de cuenta y caso que nada ocurrió.
Impresionantemente,
en mi propio abuso sexual sufrí lo que mi madre sufrió cuando el CPF del
Hospital Regional Augusto César Amador la violó. Tuve “recuerdos” que por
transferencia genética se introdujeron en mi memoria y el cuerpo los
reprodujo.
Yo sufría al ver
a mi mama siendo abusada sexualmente, pero no, era mi cuerpo. Observaba con
lástima, llanto y ternura el momento en que lo dejaba de ocupar ese asqueroso
ser y después mi alma regresaba a mi cuerpo y me abrazaba; no tenía dolores o
quizás simplemente no los sentía.
En la segunda
visita, ese mismo día (aunque parezca una locura lo que cuento), un alma
amiga llegó para decirme que despertara, que ya se acercaba el ser que me hacía
daño. Este amigo era Adonis, fallecido en octubre de 2015 y que apareció
después de invocarlo para que me ayudara a ser invisible. Sé que él viajaba
desde lejos para advertirme del peligro, que me acompañaba y me consolaba en
aquella celda fría, sucia y siempre oscura. Ese fantasma me cuidaba.
Otro día, mi
“celda-máquina del tiempo” me trasladó a un escenario donde pude verme
vulnerable, adolescente, después de una noche de trabajo (¡mi primer trabajo!)
como cajero en un bar cuya propietaria era mi madrastra. A eso de la 1 de la
mañana, iba para mi casa caminando, pues debía ahorrarme los 20 pesos del taxi
para llevarlos a clase al día siguiente, y al pasar por el oscuro predio vacío
del campo de fútbol Elías Alonso de la ciudad de Matagalpa, cuatro hombres
surgieron detrás de los enormes árboles de mango y me llevaron a la tarima del
campo, donde comenzaron a abusar de mí. Estaban drogados, mientras uno me
penetraba los demás bebían y así fueron poniéndose más bolos, inestables y
desequilibrados. Pude estudiarlos, engañarlos, hacerlos besarse entre ellos
mientras yo escapaba por un costado. Ni cuenta se dieron cuando huí.
Recordaba
también a Chepano, el pandillero preso en Rivas, tatuado hasta en los párpados,
los labios y las bolas. Intimidante el maje, agresivo, fuerte, grande. Era
necio, malcriado, gritaba y hacía trabajar a todos los policías de Rivas; fue
el que me protegió mientras estuve ahí, en esa primera estación de mi captura,
y literalmente me salvó la vida.
De igual manera
repasaba a menudo las orientaciones de los “expertos” en prisión, como don
Manuel, acusado de abuso sexual de una menor. Tranquilo, chaparro, flaco,
moreno y altruista, era con el que yo hablaba más, el que le gustaba leer y
escuchar a los otros, o por lo menos esa era la impresión que daba frente a la
manada de hombres peligrosos que nos rodeaban. Me decía: “Atento chele, en la
cárcel cualquiera puede caer en desesperación y desequilibrio, por el encierro…
No te asustés si alguno de nosotros comienza a gritar o a golpear las paredes
para descargar energías. Lo que sí quiero que tengas en mente es que no te
confiés. De repente más de alguno de estos jodidos puede agarrarla con vos,
simplemente porque quiere descargar su cólera con alguien. Hacete en las
esquinas y nunca cerca de las rejas…”
Chepano
interrumpía entonces a don Manuel: “Mientras yo esté aquí nadie te va a tocar”,
me decía.
Retirado de los
vicios y la delincuencia organizada, Chepano había caído preso por una amenaza
de muerte a su hijastro, quien semanas después fue detenido y encerrado
junto con él. En la misma celda se reconciliaron, se cuidan, se alimentan
juntos, se acompañan.
Al hijastro lo
capturaron por involucrarse en el expendio de marihuana. Estaba consciente de
que iba pasar meses encerrado esperando un proceso y una sanción mínima. Joven,
guapo y con su realidad bien asumida, me decía “a falta de platita, a vender
marihuanita”. Triste.
Otro de mis
amigos fue Juan, de Pantasma. Un chavalo de 23 años, con apariencia desgastada
que lo hacía parecer mayor de 30. Campesino y “muy religioso”, se la pasaba
intentando leer la Biblia y pidiéndole al Señor que le ayudara a salir de la
cárcel. Estaba siendo procesado por abuso sexual a una menor y me confesó que
sí lo había hecho. Huyó por varios meses y fue capturado cerca de Rivas. Rezaba
y rezaba… Un día me contó que conocía casi todas las cárceles de
Nicaragua, de las que siempre salía porque “Dios le ayudaba”, pero que esta vez
iba a ser la última. Que se había salvado muchas veces, que hasta trabajos como
sicario ejecutó pero que “Diosito” siempre lo sacaba.
“Bayardo, si te
llevan a El Chipote y te dicen que hagás algo, hacelo. No pongás presión,
dejáte. Preparáte mentalmente, todo puede pasar. Es mejor prepararse para lo
peor a que te digan no te va a pasar nada”, eran algunos de los consejos de
Juan.
Becker, mi
tercer compañero de celda en Rivas, me dijo: “Yo no sé porque estoy preso esta
vez. Yo desde pequeño he asaltado a la gente y me han encerrado por solo unos
días. Pero esta vez llevo dos meses. Te juro Bayardo que esta vez me
confundieron, soy inocente. - Este sí que me hizo reír y aproveché la energía
de esa carcajada para enviarle un mensaje a mi madre diciéndole: ¡Mama, estoy en
Rivas! Sé que mi mama lo sintió y recibió el mensaje.
Siempre
recordaré a esos tres reos en condiciones infrahumanas. Yo mismo pasé en Rivas
solamente en ropa interior, siempre descalzo, con una pichinga para orinar y la
incertidumbre de no tener acceso a ningún tipo de defensa, ni cómo avisarle a
mi madre que me habían detenido y el miedo a que me desaparecieran como lo han
hecho con muchos jóvenes. Sumado a todo eso, siempre pensé que era
claustrofóbico y que el encierro me enfermaría. Así fue.
En Rivas sólo me
enrolaron: toma de huellas digitales y fotografías de todo el cuerpo
desnudo, buscando características propias de identificación como lunares, y
posibles cicatrices que revelaran mi participación en zonas de conflicto y mis
perfiles derecho e izquierdo. Lo hizo un comisionado de edad, algo seductor y
“bromista”. Acosador el hijueputa.
¡Si, ese! El que
enrola a los presos en la estación de policía en Rivas. ¡Maldito reprimido!
Fueron tres días
de zozobra y angustia, sin comunicación con mi madre, hasta que me llegó mi
primer almuerzo. Alguien dijo mi nombre ¡Bayardo! y me entregaron mi comida.
Ahí supe que mi gente estaba afuera trabajando. Mis amigos activistas,
hermanos, mi esperanza de vida. Organismos defensores de derechos humanos, como
el CENIDH, estaban haciendo lo que yo esperaba: no se movieron de la acera de
la Policía hasta altas horas de la noche, denunciando mi detención arbitraria y
exigiendo mi liberación en la campaña mediática más grande de la jornada en
redes sociales y medios de comunicación con efectividad y resultado positivo.
Un toque de suerte.
Campaña tan
grande que ni yo mismo la imaginé, ignoraba que contaba con tanta gente
conocida y que exteriorizaban su indignación con afecto y cariño hacia mi
persona en el Facebook, twiter, las calles, las rotondas y en las afueras de
cada una de las estaciones de policía en las que estuve. Sin embargo, al mismo
tiempo pensaba que una campaña masiva podría ser arma de doble filo, ya que
podían soltarme por la presión o bien reconocerme como alguien “importante” en
el mundo de la política, lo que podría llevar a que me golpearan e
interrogaran. Sea lo que fuere, durante el encierro tuve la certeza de que no
podía hacer nada, ni siquiera podía hablar, la fe en mí se apagó, la única que
poseía estaba neutralizada.
Quienes me
prepararon para estar encerrado fueron los mismos reos; ellos me explicaron
cómo sobrellevar el tema del espacio en las celdas, la comida compartida y cómo
no caer en ansiedad o depresión. Ayuda importantísima, ya que el lunes 13 de
agosto por la noche llegaron a despertarme y decirme que me iban a trasladar.
Yo pregunté: “¿A El Chipote?” Ellos no respondieron.
Durante el
traslado de la estación de policía de Rivas hacia Managua, las “chachas”
(esposas) apretaban tanto que me cortaban la circulación; mis manos estaban
moradas y mis muñecas chimadas. Siempre estuve atento a cada advertencia: “Si
te movés va a ser tu culpa porque yo soy muy nervioso”, me dijo uno de los
antimotines que me apuntaba con un AK-47 antes de abordar la camioneta que me
llevaría a la famosa cárcel de tortura. El viaje duró aproximadamente dos
horas, con un circuito de tres camionetas llenas de antimotines y fuertemente
armados cubriendo el traslado de alguien “peligroso”. Emocionalmente me sentía
indignado con el show que estaban creando para justificar, posiblemente, una
acusación con cargos inventados.
Ingresé a El
Chipote, cárcel tristemente famosa por la desaparición de jóvenes que entraron
y nunca salieron; otros que salieron con lesiones graves, violados, sometidos a
torturas como mecanismos de interrogatorio para las “investigaciones
judiciales”, dependiendo del cargo que les hayan otorgado en una primera
audiencia.
La persona que
me remitía entregó mi mochila de viaje con un acta y otra con mis documentos
personales y el celular, los cuales serían devueltos al final del proceso. “Si
es que sale”, señaló la recepcionista, una oficial de turno que estaba de muy
mal humor, a lo mejor por la sobrecarga de trabajo o simplemente porque
el maltrato es parte del protocolo de actuación de la policía en esta
estación de terror.
“¡Quitate la
ropa! vos cochón”, me gritó. Me quité la camiseta, el pantalón y me volvió a
gritar para que me sacara también la ropa interior. Me orientaron hacer tres
sesiones de 50 sentadillas hasta que me cansara y en la última me dijeron que
me pusiera de espaldas. Pensé inmediatamente: Van a pegarme, van a
electrizarme.
Me dije:
“fuerza Bayardo, que inicia tu calvario”, pero no pasó nada más porque en ese
momento Ingresaban también de emergencia y con gran euforia, un grupo de
campesinos que venían desde Chinandega y cuya presencia creo que los hizo
olvidarse de mí.
Me llevaron a
las celdas. Todas diseñadas para acribillarte emocionalmente, a punta
de encierro total, sin poder ver luz o respirar, con camas de
cemento muy frías y un hueco en el suelo para realizar las necesidades. Y todo
oliendo a podrido como si hubiesen ratones muertos. O sangre en descomposición,
pensé yo.
Ahí conocí a
Trinidad Acevedo, de Jinotepe, y a Roberto Ochoa Medal, de Chinandega. Los dos
acusados de terrorismo y financiamiento de armas en la jornada de protestas y
ya presentados ante los medios oficialistas. Estaban tristes, llorando. Trini
tenía gastritis y estaba desesperado por el dolor. Roberto lloraba a su padre,
que estaba en la otra celda.
Pasaron dos días
en los cuales no me llegó comida y reinicié mi estado de preocupación por el
esfuerzo de mi gente. Pensaba en mi madre y la imaginaba en las afueras de El
Chipote, exponiéndose a una agresión de los orteguistas. Y así era: a mi mama
la maltrataron en el portón principal de la cárcel los esbirros, los fanáticos
y verdaderos terroristas que “cuidaban”. Supe después que hasta la presionaron
para hacerla bailar, bajo amenazas, la canción “Daniel se queda”. Y ella
llorando, bien asoleada.
Yo mismo vi a mi
mama ahí afuera, el día que me trasladaron de El Chipote. Quise gritarle que me
llevaban a la estación de policía de Matagalpa, pero uno de los policías me
hincó con el AK en el costado para que me callara.
Después de unas
horas en la Policía de Matagalpa, fui llevado a la oficina del segundo
jefe departamental de esa delegación, comisionado Javier Martínez. Instantes
después llegó un operador del Frente Sandinista que sin más comenzó el
interrogatorio sobre las organizaciones con las que he trabajado e insistía en
preguntar qué organización financiaba “la compra de armas” para quienes
mantuvieron tranques al suroeste de la ciudad.
El operador
oficialista me preguntó por qué yo demandaba rendiciones de cuentas a la UNEN
de Matagalpa, en ese momento quedé claro que era una pasada de cuentas de Julio
Castellón, el cristiano, presidente de UNEN, el que me escribía al interno de
messenger poniéndose a la orden pidiendo consejos. Luego me mostraron
fotos de manifestantes. Tienen miles de fotos, pero les faltan nombres para
identificarlos, me preguntaron por mis amigas activistas, y de ellas y ni de
nadie sabía yo. Porque NUNCA ESTUVE EN LOS JODIDOS TRANQUES. La “entrevista”
duró aproximadamente 15 minutos, pues yo cuestioné al mando policial,
diciéndole que “en todo caso quien debe entrevistarme es usted y no un
funcionario político partidario”.
“Andá descansá,
solo colaborá con lo que te pidamos después”, me dijo Martínez. Fui llevado
entonces al calabozo, donde pasé dos días más, sin bañarme, orinando en unas
pichingas hediondas. Había cucarachas y ratones.
La tarde del 18
de agosto fui liberado en Matagalpa. Afuera de la delegación policial estaba mi
madre esperándome. Corrí a abrazarla, lloramos por unos 5 segundos y salimos
corriendo. Fui a casa donde me despedí del resto de la familia, pidiéndoles que
cuiden a mis siete perros que tengo como mascotas. Por favor no los regalen,
supliqué, porque ellos serán mi esencia en la casa, sentirán por medio de ellos
que sigo con ustedes físicamente y me fui de la tierra que me vió crecer.
Me trasladé a
Managua donde busqué atención para los hongos en la piel que había contraído en
prisión y luego de un par de días salí del país, con la decisión de continuar
ejerciendo activismo y presión internacional, contando la realidad de
Nicaragua, donde hoy defender los derechos humanos se ha convertido en un
crimen.
Llegué
a Costa Rica a fines de agosto, después de haber salido por “puntos ciegos” de
la frontera sur. Sin maletas, sin ropa. Poco después, las “autoridades”
de la UNAN me enviaron la notificación oficial de mi expulsión de la
universidad.
En
Costa Rica tampoco me siento seguro, después de que el canal de televisión
REPRETEL reprodujo un video que promueve la xenofobia contra los migrantes
nicaragüenses y la búsqueda de mi persona por ser "altamente
peligroso". Continúa la persecución, el asedio y a toda cuesta el cierre
de las puertas que pudiesen aparecer en este nuevo escenario de supervivencia.
Hoy,
domingo 2 de diciembre en el balcón de mi apartamento pequeño, frío, que
comparto con 2 amigas de lucha, 3 compañeros de universidad y el papa de uno de
ellos. Aguantando el exilio y lo que este representa con todas sus calamidades.
Aquí está Bayardo Siles humano, exigiéndole al Bayardo activista que pare.
Exige un poquito de más de energías para terminar este escrito. El cual me va a
ayudar a disminuir las tristezas, las depresiones, las lágrimas aunque sea un
poquito por medio de la escritura.
Estoy
sacando energías para poder sacar de mí, más dolores que me están acribillando.
Sacarlos de mí y que queden plasmados en este escrito para poder continuar y
dejar de agredir a quienes me rodean, los que me esperaron en mi regreso y tenían
algo organizado para la supervivencia grupal. A los que le agradezco mucho, a
quienes amo, a quienes le debo mi vida después de haber pasado por uno de los
escenarios más tristes de mi vida. Porque, de lo contrario ya me hubiese
suicidado.
Hoy,
durante un sueño o pesadilla en mi primera siesta vespertina (casi nunca duermo
por las tardes) se me vino otro de los miles de pensamientos intrusivos que se
han apoderado de vida, los que me hacen sufrir sin necesidad de hacerlo. Pero
no puedo deshacerme de ellos.
En
el sueño, aparecí yo mismo diciéndome: “Estas listo para morir” y
desperté.
Comencé
a fumar y fumar tratando de descifrar que significaba ese mensaje “estás listo
para morir” y recordé el día en el que Jopsan, Mike y la Yoli venían con migo en
el bus “tica bus” viajando hacia Costa Rica y les dije: “Si a mí me atrapan,
ustedes continúan porque si a mí me agarran, yo salgo y ustedes no” “no se
metan, lloren escondido y se van”. Mike quiso protestar, en sus ojos se notaba
el dolor que representaba dejarme ir con la policía sin poder hacer nada. Con él,
reflexionamos un montón sobre estos posibles escenarios y lo convencí de
continuar, porque él tiene un bebe hermoso que necesita de el y el debía de
continuar única y exclusivamente por ese niño que esperará ese momento especial
del reencuentro.
De
nuevo siento que debo de decirles a mis compañeros de recorrido ¡que continúen!
De
nuevo estoy al borde del precipicio, y deben de continuar.
En
nuestra vivencia del exilio estoy sintiendo que estoy muriendo, la soledad me
invade independientemente que los tenga a mi alrededor. Porque ya no los quiero
a mi lado, los estoy agrediendo, con mi llanto, mis tristezas y ellos no pueden
o deben de hacerse cargo de mí y lo entiendo. Ellos y ellas deben de atender
sus propias tristezas y retos y no pueden con mis cambios de humores.
A
mi mejor amiga le he gritado ¡estúpida! Con toda la rabia acumulada de años. He
corrido de la casa a uno de ellos, que a veces pienso que le hice un favor para
que no quedara estancado sin hacer nada. Ahora a él le va bien, tiene su propio
espacio y está sobreviviendo. Pienso que en medio de la agresión, le hice un
bien.
Ahora
quedaron los y las otras. A quienes me cuesta verles la cara, porque no me la
muestran, están molestos con migo, dicen que estoy toxico, que no me divierto,
que los privo de relacionarse o involucrarse con las demás personas exiliadas
en los proyectos fallidos y repetitivos según la historia. Los cuales solo me
decepcionan y junto a esos proyectos, mis compañeros de casa también lo hacen.
Me decepcionan, me excluyeron, salen juntos a divertirse, vienen de madrugada
después de tomar alcohol, ríen en todo momento, ya no empatizan con migo, no
les importo y yo quiero que se vayan.
Estoy
solo en este apartamento lleno de gente, a cada rato con ardor en la boca del
estómago por la liberación de exceso de ácido gástrico que me provoca toda la
rabia acumulada por poca consideración, rabia que están pagando por que quieren
mis amigos y que me auto excluye de compartir con ellos.
Después
de una semana de buenas noticias, de confirmación de ofertas laborales, mi
futuro prometedor en un país de oportunidades que es Costa Rica y medio del
sueño vespertino, un acto más depresivo vino a mi diciéndome: “estás listo para
morir”
¿Será
que los pensamientos suicidas regresaron a mí? Esos que en la adolescencia
después del abuso sexual múltiple aparecieron con la radical y real intención
de morir. Los que hicieron que me tomara como 20 pastillas para dormir de mi
abuela y que hicieron que pasara inconsciente 3 días hasta que mi hermana se
acercó a mi cuarto a despertarme, llevarme al hospital para que me despertaran.
O
¿Debo de entenderlo que esta vez la muerte es distinta? ¿Qué estoy muriendo en
medio de la vida?
Puede
ser. Porque, en este momento al no tener cerca a mi madre, a mis sobrinas, mi
abuelita, mi carrera universitaria fue truncada, me abusaron sexualmente de
nuevo, estoy solo en un país distinto dependiendo de ayuda y caridad, la
persona a quien le abrí mi corazón se va, lo presiento...
Todo
esto es morir en vida y al parecer va a durar mucho tiempo, porque mi dinámica
de vida a cambiando radicalmente. Ya no tengo familia, ya no tengo amigos,
estoy odiando a todo mundo, me estorba la persona inquisidora entrometida que
me exige participar en los espacios de encuentros entre exiliados sin respetar
mi decadente estado emocional. Estoy siendo amenazados por los mismo “azul y
blanco” ellos mismos me atacan, me hacen malas caras, me reprochan que no he
ido a ningún plantón y que no pienso hacerlo. Los que me acusan de traición por
haber salido de prisión y mis amigos no.
Todos
ellos y ellas queriendo ser protagonistas y que saben muy bien que no pueden
estar en los espacios que ya han sido acaparados de nuevo por los adultos que
no dejaran pasar esta oportunidad de continuar o crear proyectos políticos
partidarios a cuesta de los muertos y los jóvenes que fueron utilizados como
carne de cañón muchas veces manipulados por operadores oportunistas, roedores
de huesos y migajas del poder que a concentrado el dictador de Ortega.
Maldito
operadores que se entrometieron en nuestra protesta pacífica, por el rescate de
la reserva en llamas, por la amenaza del desplazamiento de los campesinos de la
zona canalera, por los dos últimos fraudes electorales en nuestro país, por la
reforma inconstitucional al seguro social, por los golpes a nuestros ancianos,
por los femicidios impunes, por la negación de la inclusión de las personas
diversas sexuales en el código de la familia nicaragüense.
Maldito
gobierno que te acuso directamente por haberme jodido la vida, invadiendo de
nuevo mi cuerpo, quitarme a mi familia, dejarme sin herramientas para
sobrevivir y expulsarme de mi país.
Ahora
no soy ni de aquí y ni de allá.
Estoy listo para morir en vida, y es hora de que mis
amigas y amigos continúen sobreviviendo.
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San Juan del Sur, Rivas, Nicaragua. Dos días antes de la aprensión. |