lunes, 3 de diciembre de 2018

Estoy Listo Para Morir.

Estoy Listo para Morir.
El relato de mis 10 días en prisión,
por ser Defensor de Derechos Humanos en Nicaragua. 

Hoy es domingo 7 de octubre de 2018 y estoy exiliado en Costa Rica, rodeado de más de 40 personas: una viuda, una madre desplazada de Masaya que tuvo que migrar por razones económicas con dos hijos adolescentes, y muchos ex estudiantes universitarios. Los protagonistas, los afectados, los golpeados, los perseguidos, los de sueños truncados, los torturados, los abusados sexualmente.

Entre iguales, aquí estoy.

Frente a ellos hoy decidí abrirme para liberar algo de mis cargas, de la experiencia de haber pasado en El Chipote, la tenebrosa cárcel de torturas donde han encerrado a los perseguidos políticos tras la jornada de protestas que comenzaron el 18 de abril en Nicaragua y yo hace muchos años atrás.

Hace dos días le conté a una nueva amiga que a eso de las 4 de la tarde, mientras esperaba pacientemente en fila el bus que me acercara a la casa donde vivo, algo sucedió: Mi cuerpo comenzó a tener vida y alma propia, comencé a quebrantarme, a moquear y se me salieron como 20 lágrimas. Comencé a llorar de manera incontenible, ahogándome como un niño resentido.  

¡No podía entenderme!  ¿Qué pasaba conmigo? Parecía loco tratando de atenderme y esconderme, era un llanto incontrolable que venía acompañado de imágenes, fotografías, miedo, soledad, ansiedad. Me sentí encerrado… ¡era como estar en la celda de nuevo!

Volví a vivir entonces el miedo de tener enfrente al policía que se parecía al mismísimo “Furia y toro”, el famoso abusador sexual y asesino que fue perseguido por toda Nicaragua y apresado. Sentí la urgencia de encontrar de nuevo a Chepano, a Trini, a Robert, a Becker, a don Manuel y al guatemalteco, todos ellos compañeros de celdas en mi tour por tres cárceles distintas, para que me ayudaran a esconderme de aquel policía que golpeaba la puerta.

Pero mis amigos ya no estaban. Lloré aún más cuando recordé el momento en el que se los llevaron a todos juntos a otras cárceles del sistema penitenciario y me quedé solo e indefenso, presa fácil del degenerado, el maldito, el demonio vivo, el servidor de Daniel Ortega.

La celda 14 de El Chipote se convirtió en un escenario 3D para mí. Era al mismo tiempo una máquina del tiempo cuando me trasladé por medio de recuerdos tristes que he tenido en mi vida, también era una playa en la que estuve días antes, una discoteca reproduciendo músicas que me sabía de memoria, una iglesia cuando escuché cantar a Olesia el “Ave María” a medio  día y las canciones de la purísima el resto de la tarde, un salón de aerobics para que mis músculos no se entumieran. Era también mi cuarto con la cama de mi mama al lado (porque compartíamos habitación cuando yo necesitaba sentir su ternura y su amor) recordando el día en el que mi mama me dijo que me fuera de Matagalpa y me fui con mi cabeza llena de dudas, pero me fui. En esa celda yo alucinaba, volaba mi imaginación mientras buscaba cómo pasar el tiempo. O simplemente hibernar.

Ese lugar me abrió mi subconsciente, lo más oscuro, lo que supuestamente estaba escondido, o  por lo menos sanado. Pero no fue así: después de que la pesada puerta de hierro sólido sonaba en las noches, ya estando solito en la celda y sin que nadie me defendiera o solicitara piedad para mí, mi cuerpo se apagaba, mi mente se bloqueaba y mi alma se desprendía. Me convertía en fantasma.

“Una vez más esta vida me manoseaba, me masturbaba, me metía el dedo diciéndome que era el próximo”.

Mi estadía en la celda 14 también me trasladó a los años 80’s y a un caso de abuso sexual en el que estuve sin haber existido. Viajé en el tiempo. Iba caminando por la calle de mi casa, aún de tierra y sólo me faltaba media cuadra para llegar; estaba oscuro y para evitar que me golpeara me dejé. Pude llegar a casa a lavarme, botar la ropa y hacer de cuenta y caso que nada ocurrió.

Impresionantemente, en mi propio abuso sexual sufrí lo que mi madre sufrió cuando el CPF del Hospital Regional Augusto César Amador la violó. Tuve “recuerdos” que por transferencia genética se introdujeron en mi memoria y el cuerpo los reprodujo. 

Yo sufría al ver a mi mama siendo abusada sexualmente, pero no, era mi cuerpo. Observaba con lástima, llanto y ternura el momento en que lo dejaba de ocupar ese asqueroso ser y después mi alma regresaba a mi cuerpo y me abrazaba; no tenía dolores o quizás simplemente no los sentía.

En la segunda visita, ese mismo día  (aunque parezca una locura lo que cuento), un alma amiga llegó para decirme que despertara, que ya se acercaba el ser que me hacía daño. Este amigo era Adonis, fallecido en octubre de 2015 y que apareció después de invocarlo para que me ayudara a ser invisible. Sé que él viajaba desde lejos para advertirme del peligro, que me acompañaba y me consolaba en aquella celda fría, sucia y siempre oscura. Ese fantasma me cuidaba.

Otro día, mi “celda-máquina del tiempo” me trasladó a un escenario donde pude verme vulnerable, adolescente, después de una noche de trabajo (¡mi primer trabajo!) como cajero en un bar cuya propietaria era mi madrastra. A eso de la 1 de la mañana, iba para mi casa caminando, pues debía ahorrarme los 20 pesos del taxi para llevarlos a clase al día siguiente, y al pasar por el oscuro predio vacío del campo de fútbol Elías Alonso de la ciudad de Matagalpa, cuatro hombres surgieron detrás de los enormes árboles de mango y me llevaron a la tarima del campo, donde comenzaron a abusar de mí. Estaban drogados, mientras uno me penetraba los demás bebían y así fueron poniéndose más bolos, inestables y desequilibrados. Pude estudiarlos, engañarlos, hacerlos besarse entre ellos mientras yo escapaba por un costado. Ni cuenta se dieron cuando huí.

Recordaba también a Chepano, el pandillero preso en Rivas, tatuado hasta en los párpados, los labios y las bolas. Intimidante el maje, agresivo, fuerte, grande. Era necio, malcriado, gritaba y hacía trabajar a todos los policías de Rivas; fue el que me protegió mientras estuve ahí, en esa primera estación de mi captura, y literalmente me salvó la vida.

De igual manera repasaba a menudo las orientaciones de los “expertos” en prisión, como don Manuel, acusado de abuso sexual de una menor. Tranquilo, chaparro, flaco, moreno y altruista, era con el que yo hablaba más, el que le gustaba leer y escuchar a los otros, o por lo menos esa era la impresión que daba frente a la manada de hombres peligrosos que nos rodeaban. Me decía: “Atento chele, en la cárcel cualquiera puede caer en desesperación y desequilibrio, por el encierro… No te asustés si alguno de nosotros comienza a gritar o a golpear las paredes para descargar energías. Lo que sí quiero que tengas en mente es que no te confiés. De repente más de alguno de estos jodidos puede agarrarla con vos, simplemente porque quiere descargar su cólera con alguien. Hacete en las esquinas y nunca cerca de las rejas…”

Chepano interrumpía entonces a don Manuel: “Mientras yo esté aquí nadie te va a tocar”, me decía.

Retirado de los vicios y la delincuencia organizada, Chepano había caído preso por una amenaza de muerte a su hijastro, quien semanas después fue detenido y  encerrado junto con él. En la misma celda se reconciliaron, se cuidan, se alimentan juntos, se acompañan.

Al hijastro lo capturaron por involucrarse en el expendio de marihuana. Estaba consciente de que iba pasar meses encerrado esperando un proceso y una sanción mínima. Joven, guapo y con su realidad bien asumida, me decía “a falta de platita, a vender marihuanita”. Triste.

Otro de mis amigos fue Juan, de Pantasma. Un chavalo de 23 años, con apariencia desgastada que lo hacía parecer mayor de 30. Campesino y “muy religioso”, se la pasaba intentando leer la Biblia y pidiéndole al Señor que le ayudara a salir de la cárcel. Estaba siendo procesado por abuso sexual a una menor y me confesó que sí lo había hecho. Huyó por varios meses y fue capturado cerca de Rivas. Rezaba y rezaba…  Un día me contó que conocía casi todas las cárceles de Nicaragua, de las que siempre salía porque “Dios le ayudaba”, pero que esta vez iba a ser la última. Que se había salvado muchas veces, que hasta trabajos como sicario ejecutó pero que “Diosito” siempre lo sacaba.

“Bayardo, si te llevan a El Chipote y te dicen que hagás algo, hacelo. No pongás presión, dejáte. Preparáte mentalmente, todo puede pasar. Es mejor prepararse para lo peor a que te digan no te va a pasar nada”, eran algunos de los consejos de Juan.

Becker, mi tercer compañero de celda en Rivas, me dijo: “Yo no sé porque estoy preso esta vez. Yo desde pequeño he asaltado a la gente y me han encerrado por solo unos días. Pero esta vez llevo dos meses. Te juro Bayardo que esta vez me confundieron, soy inocente. - Este sí que me hizo reír y aproveché la energía de esa carcajada para enviarle un mensaje a mi madre diciéndole: ¡Mama, estoy en Rivas! Sé que mi mama lo sintió y recibió el mensaje.

Siempre recordaré a esos tres reos en condiciones infrahumanas. Yo mismo pasé en Rivas solamente en ropa interior, siempre descalzo, con una pichinga para orinar y la incertidumbre de no tener acceso a ningún tipo de defensa, ni cómo avisarle a mi madre que me habían detenido y el miedo a que me desaparecieran como lo han hecho con muchos jóvenes. Sumado a todo eso, siempre pensé que era claustrofóbico y que el encierro me enfermaría. Así fue.

En Rivas sólo me enrolaron: toma de huellas digitales y fotografías de  todo el cuerpo desnudo, buscando características propias de identificación como lunares, y posibles cicatrices que revelaran mi participación en zonas de conflicto y mis perfiles derecho e izquierdo. Lo hizo un comisionado de edad, algo seductor y “bromista”. Acosador el hijueputa.

¡Si, ese! El que enrola a los presos en la estación de policía en Rivas. ¡Maldito reprimido!

Fueron tres días de zozobra y angustia, sin comunicación con mi madre, hasta que me llegó mi primer almuerzo. Alguien dijo mi nombre ¡Bayardo! y me entregaron mi comida. Ahí supe que mi gente estaba afuera trabajando. Mis amigos activistas, hermanos, mi esperanza de vida. Organismos defensores de derechos humanos, como el CENIDH, estaban haciendo lo que yo esperaba: no se movieron de la acera de la Policía hasta altas horas de la noche, denunciando mi detención arbitraria y exigiendo mi liberación en la campaña mediática más grande de la jornada en redes sociales y medios de comunicación con efectividad y resultado positivo. Un toque de suerte.

Campaña tan grande que ni yo mismo la imaginé, ignoraba que contaba con tanta gente conocida y que exteriorizaban su indignación con afecto y cariño hacia mi persona en el Facebook, twiter, las calles, las rotondas y en las afueras de cada una de las estaciones de policía en las que estuve. Sin embargo, al mismo tiempo pensaba que una campaña masiva podría ser arma de doble filo, ya que podían soltarme por la presión o bien reconocerme como alguien “importante” en el mundo de la política, lo que podría llevar a que me golpearan e interrogaran. Sea lo que fuere, durante el encierro tuve la certeza de que no podía hacer nada, ni siquiera podía hablar, la fe en mí se apagó, la única que poseía estaba neutralizada.

Quienes me prepararon para estar encerrado fueron los mismos reos; ellos me explicaron cómo sobrellevar el tema del espacio en las celdas, la comida compartida y cómo no caer en ansiedad o depresión. Ayuda importantísima, ya que el lunes 13 de agosto por la noche llegaron a despertarme y decirme que me iban a trasladar. Yo pregunté: “¿A El Chipote?” Ellos no respondieron.

Durante el traslado de la estación de policía de Rivas hacia Managua, las “chachas” (esposas) apretaban tanto que me cortaban la circulación; mis manos estaban moradas y mis muñecas chimadas. Siempre estuve atento a cada advertencia: “Si te movés va a ser tu culpa porque yo soy muy nervioso”, me dijo uno de los antimotines que me apuntaba con un AK-47 antes de abordar la camioneta que me llevaría a la famosa cárcel de tortura. El viaje duró aproximadamente dos horas, con un circuito de tres camionetas llenas de antimotines y fuertemente armados cubriendo el traslado de alguien “peligroso”. Emocionalmente me sentía indignado con el show que estaban creando para justificar, posiblemente, una acusación con cargos inventados.

Ingresé a El Chipote, cárcel tristemente famosa por la desaparición de jóvenes que entraron y nunca salieron; otros que salieron con lesiones graves, violados, sometidos a torturas como mecanismos de interrogatorio para las “investigaciones judiciales”, dependiendo del cargo que les hayan otorgado en una primera audiencia.

La persona que me remitía entregó mi mochila de viaje con un acta y otra con mis documentos personales y el celular, los cuales serían devueltos al final del proceso. “Si es que sale”, señaló la recepcionista, una oficial de turno que estaba de muy mal humor, a lo mejor por la sobrecarga de trabajo o simplemente porque el  maltrato es parte del protocolo de actuación de la policía en esta estación de terror.

“¡Quitate la ropa! vos cochón”, me gritó. Me quité la camiseta, el pantalón y me volvió a gritar para que me sacara también la ropa interior. Me orientaron hacer tres sesiones de 50 sentadillas hasta que me cansara y en la última me dijeron que me pusiera de espaldas. Pensé inmediatamente: Van a pegarme, van a electrizarme.

 Me dije: “fuerza Bayardo, que inicia tu calvario”, pero no pasó nada más porque en ese momento Ingresaban también de emergencia y con gran euforia, un grupo de campesinos que venían desde Chinandega y cuya presencia creo que los hizo olvidarse de mí.

Me llevaron a las celdas. Todas diseñadas para acribillarte emocionalmente, a punta de   encierro total, sin poder ver luz o respirar, con camas de cemento muy frías y un hueco en el suelo para realizar las necesidades. Y todo oliendo a podrido como si hubiesen ratones muertos. O sangre en descomposición, pensé yo.

Ahí conocí a Trinidad Acevedo, de Jinotepe, y a Roberto Ochoa Medal, de Chinandega. Los dos acusados de terrorismo y financiamiento de armas en la jornada de protestas y ya presentados ante los medios oficialistas. Estaban tristes, llorando. Trini tenía gastritis y estaba desesperado por el dolor. Roberto lloraba a su padre, que estaba en la otra celda.

Pasaron dos días en los cuales no me llegó comida y reinicié mi estado de preocupación por el esfuerzo de mi gente. Pensaba en mi madre y la imaginaba en las afueras de El Chipote, exponiéndose a una agresión de los orteguistas. Y así era: a mi mama la maltrataron en el portón principal de la cárcel los esbirros, los fanáticos y verdaderos terroristas que “cuidaban”. Supe después que hasta la presionaron para hacerla bailar, bajo amenazas, la canción “Daniel se queda”. Y ella llorando, bien asoleada.

Yo mismo vi a mi mama ahí afuera, el día que me trasladaron de El Chipote. Quise gritarle que me llevaban a la estación de policía de Matagalpa, pero uno de los policías me hincó con el AK en el costado para que me callara.

Después de unas horas en la Policía de Matagalpa,  fui llevado a la oficina del segundo jefe departamental de esa delegación, comisionado Javier Martínez. Instantes después llegó un operador del Frente Sandinista que sin más comenzó el interrogatorio sobre las organizaciones con las que he trabajado e insistía en preguntar qué organización financiaba “la compra de armas” para quienes mantuvieron tranques al suroeste de la ciudad.

El operador oficialista me preguntó por qué yo demandaba rendiciones de cuentas a la UNEN de Matagalpa, en ese momento quedé claro que era una pasada de cuentas de Julio Castellón, el cristiano, presidente de UNEN, el que me escribía al interno de messenger poniéndose a la orden pidiendo consejos. Luego me mostraron fotos de manifestantes. Tienen miles de fotos, pero les faltan nombres para identificarlos, me preguntaron por mis amigas activistas, y de ellas y ni de nadie sabía yo. Porque NUNCA ESTUVE EN LOS JODIDOS TRANQUES. La “entrevista” duró aproximadamente 15 minutos, pues yo cuestioné al mando policial, diciéndole que “en todo caso quien debe entrevistarme es usted y no un funcionario político partidario”.

“Andá descansá, solo colaborá con lo que te pidamos después”, me dijo Martínez. Fui llevado entonces al calabozo, donde pasé dos días más, sin bañarme, orinando en unas pichingas hediondas. Había cucarachas y ratones.

La tarde del 18 de agosto fui liberado en Matagalpa. Afuera de la delegación policial estaba mi madre esperándome. Corrí a abrazarla, lloramos por unos 5 segundos y salimos corriendo. Fui a casa donde me despedí del resto de la familia, pidiéndoles que cuiden a mis siete perros que tengo como mascotas. Por favor no los regalen, supliqué, porque ellos serán mi esencia en la casa, sentirán por medio de ellos que sigo con ustedes físicamente y me fui de la tierra que me vió crecer.

Me trasladé a Managua donde busqué atención para los hongos en la piel que había contraído en prisión y luego de un par de días salí del país, con la decisión de continuar ejerciendo activismo y presión internacional, contando la realidad de Nicaragua, donde hoy defender los derechos humanos se  ha convertido en un crimen.

Llegué a Costa Rica a fines de agosto, después de haber salido por “puntos ciegos” de la frontera sur. Sin maletas, sin ropa.  Poco después, las “autoridades” de la UNAN me enviaron la notificación oficial de mi expulsión de la universidad.

En Costa Rica tampoco me siento seguro, después de que el canal de televisión REPRETEL reprodujo un video que promueve la xenofobia contra los migrantes nicaragüenses y la búsqueda de mi persona por ser "altamente peligroso". Continúa la persecución, el asedio y a toda cuesta el cierre de las puertas que pudiesen aparecer en este nuevo escenario de supervivencia.

Hoy, domingo 2 de diciembre en el balcón de mi apartamento pequeño, frío, que comparto con 2 amigas de lucha, 3 compañeros de universidad y el papa de uno de ellos. Aguantando el exilio y lo que este representa con todas sus calamidades. Aquí está Bayardo Siles humano, exigiéndole al Bayardo activista que pare. Exige un poquito de más de energías para terminar este escrito. El cual me va a ayudar a disminuir las tristezas, las depresiones, las lágrimas aunque sea un poquito por medio de la escritura. 

Estoy sacando energías para poder sacar de mí, más dolores que me están acribillando. Sacarlos de mí y que queden plasmados en este escrito para poder continuar y dejar de agredir a quienes me rodean, los que me esperaron en mi regreso y tenían algo organizado para la supervivencia grupal. A los que le agradezco mucho, a quienes amo, a quienes le debo mi vida después de haber pasado por uno de los escenarios más tristes de mi vida. Porque, de lo contrario ya me hubiese suicidado.

Hoy, durante un sueño o pesadilla en mi primera siesta vespertina (casi nunca duermo por las tardes) se me vino otro de los miles de pensamientos intrusivos que se han apoderado de vida, los que me hacen sufrir sin necesidad de hacerlo. Pero no puedo deshacerme de ellos.

En el sueño, aparecí yo mismo diciéndome: “Estas listo para morir”  y desperté.

Comencé a fumar y fumar tratando de descifrar que significaba ese mensaje “estás listo para morir” y recordé el día en el que Jopsan, Mike y la Yoli venían con migo en el bus “tica bus” viajando hacia Costa Rica y les dije: “Si a mí me atrapan, ustedes continúan porque si a mí me agarran, yo salgo y ustedes no” “no se metan, lloren escondido y se van”. Mike quiso protestar, en sus ojos se notaba el dolor que representaba dejarme ir con la policía sin poder hacer nada. Con él, reflexionamos un montón sobre estos posibles escenarios y lo convencí de continuar, porque él tiene un bebe hermoso que necesita de el y el debía de continuar única y exclusivamente por ese niño que esperará ese momento especial del reencuentro.

De nuevo siento que debo de decirles a mis compañeros de recorrido ¡que continúen!

De nuevo estoy al borde del precipicio, y deben de continuar.

En nuestra vivencia del exilio estoy sintiendo que estoy muriendo, la soledad me invade independientemente que los tenga a mi alrededor. Porque ya no los quiero a mi lado, los estoy agrediendo, con mi llanto, mis tristezas y ellos no pueden o deben de hacerse cargo de mí y lo entiendo. Ellos y ellas deben de atender sus propias tristezas y retos y no pueden con mis cambios de humores.

A mi mejor amiga le he gritado ¡estúpida! Con toda la rabia acumulada de años. He corrido de la casa a uno de ellos, que a veces pienso que le hice un favor para que no quedara estancado sin hacer nada. Ahora a él le va bien, tiene su propio espacio y está sobreviviendo. Pienso que en medio de la agresión, le hice un bien.

Ahora quedaron los y las otras. A quienes me cuesta verles la cara, porque no me la muestran, están molestos con migo, dicen que estoy toxico, que no me divierto, que los privo de relacionarse o involucrarse con las demás personas exiliadas en los proyectos fallidos y repetitivos según la historia. Los cuales solo me decepcionan y junto a esos proyectos, mis compañeros de casa también lo hacen. Me decepcionan, me excluyeron, salen juntos a divertirse, vienen de madrugada después de tomar alcohol, ríen en todo momento, ya no empatizan con migo, no les importo y yo quiero que se vayan.

Estoy solo en este apartamento lleno de gente, a cada rato con ardor en la boca del estómago por la liberación de exceso de ácido gástrico que me provoca toda la rabia acumulada por poca consideración, rabia que están pagando por que quieren mis amigos y que me auto excluye de compartir con ellos. 

Después de una semana de buenas noticias, de confirmación de ofertas laborales, mi futuro prometedor en un país de oportunidades que es Costa Rica y medio del sueño vespertino, un acto más depresivo vino a mi diciéndome: “estás listo para morir”

¿Será que los pensamientos suicidas regresaron a mí? Esos que en la adolescencia después del abuso sexual múltiple aparecieron con la radical y real intención de morir. Los que hicieron que me tomara como 20 pastillas para dormir de mi abuela y que hicieron que pasara inconsciente 3 días hasta que mi hermana se acercó a mi cuarto a despertarme, llevarme al hospital para que me despertaran.

O ¿Debo de entenderlo que esta vez la muerte es distinta? ¿Qué estoy muriendo en medio de la vida?

Puede ser. Porque, en este momento al no tener cerca a mi madre, a mis sobrinas, mi abuelita, mi carrera universitaria fue truncada, me abusaron sexualmente de nuevo, estoy solo en un país distinto dependiendo de ayuda y caridad, la persona a quien le abrí mi corazón se va, lo presiento...

Todo esto es morir en vida y al parecer va a durar mucho tiempo, porque mi dinámica de vida a cambiando radicalmente. Ya no tengo familia, ya no tengo amigos, estoy odiando a todo mundo, me estorba la persona inquisidora entrometida que me exige participar en los espacios de encuentros entre exiliados sin respetar mi decadente estado emocional. Estoy siendo amenazados por los mismo “azul y blanco” ellos mismos me atacan, me hacen malas caras, me reprochan que no he ido a ningún plantón y que no pienso hacerlo. Los que me acusan de traición por haber salido de prisión y mis amigos no.

Todos ellos y ellas queriendo ser protagonistas y que saben muy bien que no pueden estar en los espacios que ya han sido acaparados de nuevo por los adultos que no dejaran pasar esta oportunidad de continuar o crear proyectos políticos partidarios a cuesta de los muertos y los jóvenes que fueron utilizados como carne de cañón muchas veces manipulados por operadores oportunistas, roedores de huesos y migajas del poder que a concentrado el dictador de Ortega.

Maldito operadores que se entrometieron en nuestra protesta pacífica, por el rescate de la reserva en llamas, por la amenaza del desplazamiento de los campesinos de la zona canalera, por los dos últimos fraudes electorales en nuestro país, por la reforma inconstitucional al seguro social, por los golpes a nuestros ancianos, por los femicidios impunes, por la negación de la inclusión de las personas diversas sexuales en el código de la familia nicaragüense.

Maldito gobierno que te acuso directamente por haberme jodido la vida, invadiendo de nuevo mi cuerpo, quitarme a mi familia, dejarme sin herramientas para sobrevivir y expulsarme de mi país.

Ahora no soy ni de aquí y ni de allá.

Estoy listo para morir en vida, y es hora de que mis amigas y amigos continúen sobreviviendo.


San Juan del Sur, Rivas, Nicaragua. Dos días antes de la aprensión. 

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